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martes, 5 de agosto de 2008

El Poder de la Oración


Con tres días de oración y ayuno decretados por el Rey de Inglaterra salieron 800.000 soldados del cerco Nazi en Dunquerque.

"Antes de que pidan, yo responderé" (Isaías 65:24). Una noche, había trabajado duro para ayudar a una madre en su parto;pero a pesar de todo, ella murió dejándonos con un bebé prematuro diminutoy una hija de dos años que lloraba. Sabíamos que tendríamos dificultad en mantener con vida al bebé, ya que no teníamosincubadora (ni siquiera teníamos electricidad para hacer funcionar unaincubadora). Tampoco teníamos facilidades para darle alimentación especial. A pesar devivir en el ecuador geográfico, las noches a menudo eran frías concorrientes de aire. Una comadrona estudiante fue a traer la caja que teníamos para esos bebésy la frazada de algodón en la que debería envolverse al bebé. Otra fue a avivar el fuego y a llenar una bolsa con agua caliente. Regresórápido apenada a decirme que al llenar la bolsa, esta se había reventado (elplástico fácilmente se echa a perder en los climas tropicales). Exclamó, "¡Yes nuestra última bolsa de agua caliente!" En occidente decimos que no es bueno llorar sobre leche derramada. Tampoco en el África Centrales bueno llorar sobre una bolsa de agua caliente estallada. Estas no se dan en los árboles y no hay farmacias en los extravíos de la selva. "Está bien," le dije, "ponga al bebé tan cerca del fuego y con todo el cuidadoque pueda, y duerma entre el bebé y la puerta para librarlo de los vientos.Su trabajo es mantener al bebé con calor." La tarde siguiente, tal como lohacía la mayoría de días, fui a rezar con algunos de los niños del orfanatoque se reunían conmigo. Yo les di a los más jóvenes varias sugerenciasde cosas por las cuales rezar y les conté del diminuto bebé. Les expliquénuestro problema por mantener al bebé caliente. Mencioné lo de la bolsa para agua caliente,y que el bebé podría morir fácilmente si se enfriaba. También les conté de la hermanita de dos años,llorando porque su mamá había muerto. Durante el tiempo de oración, una niña de diez años, Ruth, rezó con laforma usual concisa y sin remilgos de nuestros niños africanos. "Por favor,Dios" pidió ella, "envíanos una bolsa para agua caliente. No nos servirámañana, Dios, porque el bebé ya estará muerto, así que por favor envíanoslaesta tarde." En lo que me tragaba una bocanada de aire frente a la audacia de laoradora, ella agregó, "¿Y a la vez, podrías por favor enviarnos una muñecapara la pequeña hermana para que sepa que realmente la amas?" Como pasa con la oración de los niños, fui puesta en un apuro. ¿Podía deciryo honestamente, "Amén"? Oh, si, yo sé que Dios todo lo puede, la Biblia dice así.Pero hay límites, ¿o no?. La única forma en que Dios podía responder a esta oradora muyparticular sería enviándome un paquete desde mi país. Yo había estado enÁfrica por casi cuatro años para ese entonces, y nunca, nunca había recibidoun paquete enviado desde mi país. De todos modos, si alguien me enviase unpaquete, ¿quién pondría una bolsa para agua caliente? ¡Yo estaba viviendo enel ecuador geográfico! A media tarde, cuando estaba dando clases a las enfermeras, recibí elmensaje de que un carro estaba estacionado en la puerta de enfrente de miresidencia. Cuando llegué a mi casa, el carro ya se había ido, pero allí, sobre labaranda, había un paquete grande de veintidós libras. Sentí lágrimas mojandomis ojos. No podía abrir el paquete yo sola, así que mandé a llamar a losniños del orfanato. Juntos tiramos de las cintas, deshaciendo cuidadosamente cada nudo.Doblamos el papel, cuidando de no romperlo demasiado. La excitación iba enaumento. Algunos treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran cajade cartón. De hasta arriba, saqué unos jersey de punto de colores brillantes. Los ojosrelumbraban conforme los levantaba. Después había las vendas de punto paralos pacientes leprosos, y los niños mostraron un leve aburrimiento. Luegovenía una caja de pasas mixtas con pasas de Esmirna -estas harían unaporción para el pan del fin de semana. A continuación, cuando volví a meterla mano, pensé ¿...estoy sintiendo lo que en realidad es? Agarré y saqué si,una bolsa para agua caliente nueva. Lloré. No le había pedido a Dios que mela enviara; porque realmente no creí que Él pudiera hacerlo. Ruth estaba alfrente de la fila que formaban los niños. Ella se abalanzó, afirmando, "¡SiDios nos envió la bolsa, debió mandarnos también la muñeca!" Hurgando hasta el fondo de la caja, ella sacó la muñeca pequeña ybellamente vestida. ¡Sus ojos brillaron! ¡Ella nunca dudó! Viendo hacia mi, preguntó: "¿Puedo ir con usted y darle esta muñeca a laniña, para que ella sepa que Jesús la ama en realidad?" El paquete había estado en camino por cinco meses completos. Empacado pormis antiguos alumnos de la escuela dominical, cuyo líder había escuchado yobedecido a Dios urgiéndole a enviar una bolsa para agua caliente, a pesarde que iba para el ecuador geográfico. Y una de las niñas había puesto unamuñeca para una niña africana -cinco meses antes, en respuesta a la oradorade diez años que creyó y pidió que lo trajera "esa tarde." "Antes de que pidan, yo responderé" (Isaías 65:24).

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